En primer lugar; la propia idiosincrasia de la izquierda, que aglutina mas partidos, obliga a los mismos a repartirse ese espacio callejero, acomodándose de la mejor manera a lo que sus bases quieren. Me explico, si bien es cierto, que, en la mal llamada primavera valenciana, es compromís, quién ha dado el primer paso, el pspv-psoe no quiere quedar al margen de esta ocupación callejera, por tanto, los unos a base de consignas, los otros a base de martilleo institucional tratarán de hacerse los amos de algo que, por definición no es suyo: la calle. Algunos, osadamente han llegado a adueñarse de la voluntad de todos los valencianos. Convengo en afirmar, aunque el lector ya lo habrá deducido: que no comparto los motivos ni las formas de estos manifestantes. La táctica de los socialistas es clara: ocupemos las calles pero sin mancharnos las manos. Es una estrategia que Rajoy ya empleó en su última legislatura como oposición. Resulta evidente que, mientras jóvenes radicales o sindicatos del siglo pasado ocupan las calles, de manera sistemática y, a veces, sin motivo aparente o justificado, los altavoces socialistas vocearán contra todo lo que suene a democracia. Tratarán de ganarse algo que no merecen.
En segundo lugar también existen diferencias en las formas. Mientras las manifestaciones de hace 7 años fueron muestra de talante pacífico, las que se están desplegando por toda España y, en concreto en Valencia, no tienen nada de pacíficas: ataques a policias, a las sedes del Partido Popular, consignas invitando a los manifestantes a guillotinear a los policias, recuerdos poco honrosos a sus madres...etc. En cualquier caso, como siempre he defendido, y la larga tradición política de la izquierda, la violencia forma parte del ideario de esta, así como la apropiación indebida de cosas que, no es que no sean de nadie, sino que son de todos.
La conclusión es clara: El legitimo derecho de manifestación ampara a todos los ciudadanos, sin exclusión alguna, pero es evidente que las reglas del juego deben cumplirse. No vale que, al amparo de la presencia de menores (los palestinos también empleaban menores como escudos humanos) exista una suerte de patente de corso que permita toda clase de actos vándalicos y un torrente de hechos delictivos que, en cualquier caso no deben quedar inpunes.